viernes, 9 de noviembre de 2012

TENEMOS QUE HACER ALGO

Podemos y debemos cambiar el rumbo. No podemos, por contra, continuar al pairo de las frustrantes y desconsoladoras noticias que nos sirven, cada mañana, en bandeja de papel, a través de la red o en la onda de locutores bien pagados.

No he tenido la entereza suficiente como para echarme al teclado y escribir sobre lo ocurrido el pasado fin de semana en la maldita fiesta de las calabazas huecas como los cerebros de  los que no quieren ver que así no podemos seguir.

He tenido la desagradable experiencia de tener que leer, escuchar y ver todo tipo de comentarios y opiniones sobre la noticia. Me repugna comprobar la mediocridad de la élite mediática y la capacidad de embaucar de algunos de nuestros gobernantes. Hemos oído, entre otras, que nos amenazan con prohibiciones, hemos visto imágenes de discursos fariseos de consuelo mezclados con contundentes afirmaciones sobre la rigidez de la investigación que se avecina. ¿Os suena lo del caiga quien caiga? Hemos leído promesas vanas de estricto cumplimiento de qué,  ¿de la Ley?

Mientras todo esto pasa nadie de mi entorno se ha parado a preguntarme y tú, tú ¿qué estás haciendo? ¿Qué estamos haciendo?

Lo primero que hice el sábado una vez que se conoció el cuarto fallecimiento fue hablar con mis hijas. Once y catorce años respectivamente, y un futuro pleno por delante. Once y catorce años respectivamente de vida en libertad que, en el ultimo momento, tan solo consiste en poder elegir.  Katia, Rocío, Cristina y Belén, ya no lo podrán hacer.

Les hablé del trabajo duro de sus abuelas, las mujeres fuertes del SXX, que hicieron posible la magia del resurgir del sentido común y el respeto a los demás. Aquellas mujeres que, hoy ajenas a la red virtual que nos  atrapa, continúan llamando a las cosas por su nombre. Esas mueres que hicieron posible la democracia en los hogares, barrieron la acera de del odio vivido y supieron, sin saber, construir los puentes que nos han unido durante todos estos años de joven democracia. Al fin y al cabo casi cuarenta años en la vida de una sociedad, se me antojan a nada.

Les hablé de sus abuelos. Hombres de posgerra de poco pico y mucha pala, de trabajo sordo y mudo; de  crisoles de situaciones que, cada uno en su sitio, supo inculcar en sus hijos el espíritu del sacrificio por lo que más querían: sus familias.

Les hablé de sus padres que se niegan, contra viento y marea, a que el espíritu de Wendy les arrebate su infancia, su niñez. Esta niñez que de manera recalcitrante estamos sesgando a nuestras hijas, a nuestro hijos. La niñez que cofundida con la falsa libertad, esa que nos impide elegir y que dicta la norma de que todo es valido y de que todos somos iguales. Pues no, no lo somos, mi padre es mucho más sabio que yo, por padre y por viejo. Y mi madre que, desde el cielo, todos los días me empuja y me anima a seguir peleando en este mundo de listos con gafas era mucho mejor trabajadora y administradora que yo.

Fenómenos del botellón mal entendidos, indisciplina en los hogares, desconsideración generacional, sobre información no digerida, excesos de comparación mediática con falsos modelos de juventud, desprotección ante los abusos en la red, inundaciones de belenestebismo, banalización exagerada, futuro incierto y precario... podría no parar.

¿ Es lo anterior lo que son nuestro hijos? No lo creo. Pienso más bien que es lo que les estamos dejando.

Por favor, tenemos que hacer algo.

1 comentario:

  1. El problema más grave que veo en esta sociedad en la que nos toca vivir, es que todo suena a "negocio".
    En la niñez y la juventud es donde se ceba los indeseables que no tienen ética ni valores.
    ¡¡¡Yo quiero que se sepan quienes son los culpables!!!Y que paguen con carcel los delincuentes que producen estas barbaridades.
    Y los políticos que son responsables de firmar estas licencias que tambien se les juzgue.
    Carmen lalueta.

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